Esa pregunta no es más que el disparador para el ejercicio especulativo que nos proponemos, y no tiene miras de plantear un cuestionamiento hacia el pasado histórico de nuestra iglesia. Reconocemos el llamamiento divino del profeta José Smith y la mano de Dios en la restauración del evangelio y organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a principios del siglo XIX en los Estados Unidos de Norteamérica.
Hace un tiempo un amigo me preguntó con escepticismo: ¿Por qué la iglesia tiene su origen en los Estados Unidos y no en otro país, como Uruguay por ejemplo? Si bien eso podría tener varias respuestas, preferimos preguntarnos: ¿En qué condiciones se encontraba nuestro país en 1830 y los años siguientes? ¿Hubiera sido viable la restauración del evangelio en Uruguay a principios del siglo XIX? ¿Las consecuencias para un profeta hubieran sido las mismas aquí que las que sufrieron José y Hyrum Smith? Sin dudas podemos especular sobre sus respuestas. Lo que intentaremos efectuar mediante este artículo, es plasmar mediante gruesas pinceladas algunos aspectos que evidencian las condiciones de nuestro país a partir de 1830 y hasta 1870, a fin de contar con mayores insumos para abordar las preguntas que se irán formulando a medida que avanzamos.
El Uruguay de 1830 era visto a lo ojos de Fructuoso Rivera como “hermoso, pero desierto”1. Montevideo era según testigos una “aldea grande”2, y en todo el territorio oriental habitaban unas 75.000 personas, con 7000 al norte del Río Negro3. En cuanto a la educación escolar de los habitantes “(…) recién en 1831 una escuela pública comenzó a disipar otras sombras que envolvían al pueblo: las de la ignorancia más completa.”4
En materia política el país por esos años se caracterizaba por su permanente inestabilidad. Según José Pedro Barrán, José Pedro Varela en 1876 hizo un recuento de las revoluciones acontecidas en Uruguay a partir de su constitución en 1830, y según el historiador se olvidó de algunas. En el recuento Varela declaró: “Así pues, en 45 años, 18 revoluciones! Bien puede decirse sin exageración que la guerra es el estado normal de la República”.5 Y Barrán agrega que si bien la Constitución establecía la permanencia del Presidente de la República por un período de cuatro años, “la duración promedio de esos titulares apenas alcanza los dos años y ocho meses (…) el cien por ciento soportó levantamientos armados y el 35% fue derribado por motines...”6
Para 1850 en el marco de la Guerra Grande y el Sitio de Montevideo, un visitante extranjero al ver la pintoresca ciudad recostada al estuario del Plata lamentó: “...nadie imaginaría que esta es la ciudad conmovida desde su origen por tantas luchas sucesivas; la nueva Troya, sitiada desde más de siete años atrás, por un ejército implacable...”7 El mismo testigo desde su habitación tuvo a la vista al puerto, “donde flotan las banderas de algunos navíos extranjeros”. En efecto se podía contemplar a la distancia y la región a barcos de bandera francesa, británica, del imperio del Brasil, españoles y de los italianos de Garibaldi. Toda una intervención militar extranjera apuntando al Río de la Plata. Me detengo aquí para señalar que ese Sitio histórico se puede tomar en cuenta como unas de las varias escenas que quizás pasaron ante los ojos proféticos de Nefi y se registró en El Libro de Mormón en 1 Nefi 13:17: “que las madres patrias de los gentiles se hallaban reunidos sobre las aguas, y sobre la tierra también, para combatirlos”.
En el marco de la mencionada guerra, no solo se vio afectada la estabilidad política, la economía y la supervivencia de la gente asediada en Montevideo, sino que se impidió la normal comunicación con la otra orilla, Buenos Aires. Informaba Xavier Marmier en su visita a Montevideo que en 1850, desde Buenos Aires: “… se tardaba tres semanas en recibir respuestas a una carta mandada por un barco a Montevideo”.8 En cuanto a la literatura, el mismo visitante destaca la existencia de periódicos y disertaciones políticas, pero advertía de los estrictos controles y censura previo a la publicación de un manuscrito. Asimismo, que el círculo de lectores quedaba reducido a quienes se encontraran dentro de las murallas de Montevideo. “La campaña (…) no puede recibir un solo libro impreso en [Montevideo], y Rosas no permite que se introduzca ese libro en la República Argentina.” Podría llegar a Chile, Perú y otros países, “¡pero el pobre libro se ve obligado a cumplir un viaje muy largo para alcanzarlos!”. Por otro lado, por motivos del bloqueo, las imprentas carecían de papel y elementos para su funcionamiento.9 Un ambiente poco amigable para publicar una obra como el Libro de Mormón.
En relación a la religiones y la libertad de conciencia, citaremos la experiencia de dos extranjeros que recorrieron nuestra tierra y apreciaron su apertura. Uno de ellos fue el estudioso de las ciencias naturales, Charles Darwin, que en 1832 en su viaje por los países del Río de la Plata elogió de estas tierras “la muy extendida tolerancia de las religiones foráneas...”10 De igual modo, el cónsul francés Baradére expresó en 1830: “...es indudable que no hay en el mundo un lugar en donde se goce de una mayor libertad de conciencia que en Montevideo”11.
El Uruguay no estaba ajeno a lo religioso. Incluso en una publicación de prensa alrededor de 1850 se relataron los orígenes de la iglesia y las experiencias de José Smith, a quien describían como un joven “al que se le apareció un ángel, le indicó la existencia de unos libros sagrados, grabados en planchas de oro, que contenían las revelación de Jesucristo a los antiguos habitantes de América y con unos anteojos mágicos alcanzó a leer su contenido”. No era con fines proselitistas su publicación, sino que anecdótico y pintoresco para los lectores.
Es decir, en el Uruguay de los orígenes, se valoraba la libertad religiosa y se recibía con amabilidad a los extranjeros, pero no había establecida otra religión que la Católica, y el proselitismo no fue un objetivo de parte de otras confesiones. Hacia la década de 1820, llegó un ministro protestante (…) pero su tarea quedó limitada a la implantación del sistema educativo lancasteriano.”12
Se ha señalado también “…el monolitismo de las creencias hasta la década de 1850 – 60. Así, todavía en 1851 se hacía ver que: ‘En verdad (…) Montevideo es uno de aquellos pueblos que han conservado intactas sus creencias religiosas heredadas tradicionalmente de sus mayores. La fe ha sido invariable’”.13
De acuerdo a Roger Geymonat, desde 1835 a 1837 se encuentran ministros actuando como tales en el país, los metodistas episcopales provenientes de Estados Unidos, pero su actividad se desarrolló exclusivamente entre inmigrantes de habla inglesa y no perduró más allá de 1841. A partir de la década del 40 arribaron al país diversas “iglesias de inmigración” o “étnicas”, como los valdenses o colonos suizos, pero buscaron más preservar su colectivo que realizar proselitismo. La oposición católica hizo que se trasladaran hacia el Interior en busca de paz y mayor libertad. Recién hacia fines de 1860 se establecen los metodistas de carácter misionero y origen norteamericano y en 1868 tuvo lugar el primer sermón en español. A partir de 1870 comenzaron los protestantes a tener una presencia destacada en el país.14
Un último punto que nos parece interesante mencionar, está relacionado al gran debate que se generó en la prensa capitalina de 1863, en el marco de la llegada al país desde Europa del polémico libro La vida de Jesús por Ernest Renán. A raíz de la publicación se armó gran alboroto, en el cual unos lo defendían y otros lo criticaban. Quienes estaban en contra de su distribución aludían a la irreverencia del autor por motivo de que en el libro se osaba “despojar a Jesucristo de la divinidad...” En el diario El Día fue denunciado: “¿No habéis leído el Código Fundamental que proclama la religión del Estado a la religión Católica Apostólica Romana? ¿No habéis leído que la ley declara abuso contra la sociedad toda publicación por la prensa que la ataca los dogmas de nuestra Santa Religión? ¿No habéis advertido que tales publicaciones constituyen un delito sujeto a acusación y pena?”15
La severidad en la advertencia o amenaza de llevar a juicio al responsable de distribuir un libro que al fin y al cabo era secular y de carácter intelectual, por el solo hecho de ser interpretado como contrario a la iglesia del estado, nos lleva a pensar en la reacción que hubiera generado en nuestro país la publicación o divulgación de El libro de Mormón con fines misionales. Pues una cosa es relatar mediante la prensa y desde la distancia, con romanticismo, sobre las experiencias de un “joven llamado José Smith (…) al que se le apareció un ángel...”. Y otra es que ese joven camine en carne y huesos por las calles de tu pueblo, proclamando que vio a Dios el Padre y a su hijo Jesucristo, que le hablaron cara a cara, y le ordenaron organizar la iglesia de Jesucristo sobre la tierra, debido a que se había perdido su pureza por apostasía. Nos podemos preguntar cuál habría sido la reacción de los habitantes de nuestro país ante el llamado profético de José Smith. ¿Lo habrían perseguido de ciudad en ciudad incansablemente? ¿Se hubieran formado populachos compuestos por delincuentes, incrédulos, apóstatas y traidores? ¿La muerte le hubiera llegado a los 39 años de edad o la gente hubiera sido más tolerable con él?
Para responder esas preguntas, podemos disfrutar de la interrogante planteada y respondida por el Dr. Hugh Nibley en su estudio sobre los profetas: “¿Por qué la gente estaba tan enojada hacia José Smith? No fue porque fuera un reformador (…) ¿En qué consistió la ofensa imperdonable de los profetas modernos? (…) ser [el primer hombre] desde los días antiguos en decir lo que [había] visto y oído en la presencia de Dios y los ángeles. ¿Que otra cosa [podría] esperar más que una recompensa de profeta?”16 ¿Qué otra recompensa que la sufrida junto a su hermano un 27 de junio de 1844?
Por Santiago Carbajal
1 Méndez Vives, Enrique. La gente y las cosas en el Uruguay de 1830. Tauro-Colección El Candil, Montevideo, 1967, p. 69.
2 Ídem. p. 53.
3Ídem. p. 70.
4Ídem.
5J.P. Varela: La Legislación escolar. Clásicos Uruguayos, Montevideo, 1964, Tomo I, p. 33-35.
6Barrán, J.Pedro. Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Ed. de la Banda Oriental, Montevideo, 2017, p. 37.
7Marmier, Xavier. Buenos Aires y Montevideo en 1850. Arca, Montevideo, 1967. Traducción José Luis Busaniche. p. 97.
8Ídem. p. 96.
9Ídem. p. 108 – 109.
10Darwin, Charles. Un naturalista en el Plata. Arca, Montevideo, 1968, p. 134.
11Méndez Vives, Enrique. La gente y las cosas en el Uruguay de 1830. Tauro-Colección El Candil, Montevideo, 1967, p. 84.
12Geymonat, roger (Compilador). Las religiones en el Uruguay. Ed. La Gotera, Montevideo, 2004, p. 104.
13Barrán, J. Pedro. La espiritualización de la riqueza. Catolicismo y economía en Uruguay: 1730 – 1900. Ed. de la Banda Oriental, Montevideo, 1998, p. 14.
14Geymonat, roger (Compilador). Las religiones en el Uruguay. Ed. La Gotera, Montevideo, 2004, pp. 103 – 107.
15Ardao, Arturo. Etapas de la inteligencia uruguaya. Udelar, Montevideo, 1971. pp. 81 – 88.
16Nibley, Hugh. The world and the prophets. Deseret, Utah, 1987, p. 16.
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