El presente artículo obra sobre el desarrollo del
liderazgo en la primera década de la Misión Uruguaya. Si bien las mujeres se desempeñaron como líderes de manera elogiable, en esta
ocasión nos centraremos en el desarrollo del liderazgo entre los varones de la
Iglesia.
………………………………………………………………………
Escenario
La Iglesia brinda a sus miembros variadas
oportunidades de prestar servicio, a fin de que se nutran y fortalezcan
espiritual y temporalmente unos a otros, y así desarrollar cualidades y
atributos divinos tanto en el plano individual como en el colectivo.
Desde los albores de la Misión
Uruguaya se ha tenido esa visión presente; la de desarrollar plenamente las
capacidades de los miembros, incluso desde previo a su bautismo.
La razón para esta acción
prematura fue lo reducido de la fuerza misionera y el simple hecho de que la
Iglesia se organizó prácticamente de la nada, sin miembros ni recursos.
El Presidente de la Misión y
fundador de la misma en 1947, Federico S. Williams, comentó sobre las acciones
que realizaban para llevar adelante las reuniones y organizaciones:
“Los
investigadores nos están ayudando mediante discursos, compartiendo sus
testimonios y trayendo gente nueva a la Iglesia. Ellos van de reunión en
reunión, visitando otras ramas en horas poco comunes” (F.S. y F.G. Williams.
From Acorn to Oak Tree). E incluso, osado como era, agregó:
“investigadores fueron llamados como oficiales en cada organización auxiliar,
incluso el secretario del presidente de Rama.”
Con el pasar de varios meses, los
amigos y amigas de la Iglesia comenzaron a bautizarse, en especial las mujeres,
siendo en su mayoría jóvenes solteras.
Los hombres creyentes en el
mensaje restaurado eran pocos. Como motivo de preocupación la Misión registró
en junio de 1949 que tenía: “dificultades de hacer que los muchachos de este
país se interesen en el evangelio…” No obstante, fue cuestión de tiempo el que
nobles varones aceptaran el evangelio y “engrosaran las filas” (frase repetida en los registros de hace unas décadas atrás).
Cabe además tener en cuenta, que
en la Iglesia de aquellos primeros años escaseaba el tipo de familia, entendida como núcleo integrado por padre, madre e hijos. La mayoría de las familias con
las que la Misión pudo contar en la primera década se habían formaron posterior al bautismo, es decir: un joven y una jovencita
participaron de la actividad de la Iglesia, donde posteriormente se conocieron
y formalizaron el matrimonio.
Estas situaciones eran celebradas por las
autoridades que alentaban y promovían esos encuentros como factor fundamental para el establecimiento de la obra.
De todos modos, hubo al menos una
decena de matrimonios ya constituidos como tales que recibieron tempranamente (los
primeros cinco años de organizada la Misión) a los misioneros en su hogar y como
familia decidieron bautizarse.
Gradualmente, el escenario se fue
configurando a fin de que la Misión optara por llamar a los hombres, solteros o casados, a posiciones de liderazgo y responsabilidad.
Pequeños pasos agigantados
Uno de los acontecimientos más
relevantes en el primer quinquenio de existencia de la Misión fue el
nombramiento de hermanos uruguayos a integrar las presidencias de Ramas, que
hasta ese momento estaban compuestas exclusivamente por los misioneros.
“El día 8 de mayo, la Misión dio otro paso
para su progreso”. Se organizó la presidencia de la Rama Santa Lucía, “… la
primera que cuenta con miembros de la Misión como oficiales superiores de la
Rama. Hicimos una reunión muy especial durante la cual los siguientes oficiales
fueron sostenidos por el voto de los miembros y luego apartados por la Presidencia
de la Misión: Elder Lund, Presidente, Héctor Carbajal, Primer Consejero, Fabriciano
Timoteo Villagrán, Segundo Consejero, Mario Osvaldo Rufener, secretario. Todos
ellos luego se expresaron, agradeciendo a Dios y a todos por la oportunidad de
servir en estas posiciones. Todos los miembros de la Rama mostraron conformidad
y prestaron gozosamente su apoyo y muestras de amor”.
Es interesante destacar que si bien fueron apartados para integrar la presidencia de la Rama, estos hermanos recibieron la ordenación a oficios en el Sacerdocio Aarónico; los hermanos apartados como Consejeros fueron ordenados como Presbíteros y el hermano llamado como Secretario ordenado al oficio de Maestro.
Días más tarde, la
Presidencia de la Misión llevó a cabo el mismo procedimiento en la ciudad de
Maldonado, y el mencionado número de la revista de la Misión informó:
“El domingo 13 de mayo, después
de la Conferencia de Distrito, la Rama Maldonado también hizo una reunión
especial en la cual tuve el gusto de organizar la presidencia. Fueron llamados
y sostenidos las siguientes personas: Elder Jackson, Presidente, Juan Francisco Santos, Primer Consejero, y Ramón Antonio Sosa, Segundo Consejero.
Es un aliciente muy grande para
todos nosotros saber que ya tenemos hombres capacitados para ayudar en la
dirección de la Misión. En otras Ramas también haremos otras organizaciones
porque nuestro deseo es que tan pronto como haya hombres capacitados y
probados, empiecen a ocupar su debido lugar, La Iglesia de Dios es de Sus hijos
humildes y obedientes. Tengo mucha fe en nuestros hombres uruguayos y sé que no
me van a defraudar.”
Aproximadamente seis meses
después, la revista oficial informaría a los miembros que Mateo Spinelli, un
miembro de la Rama La Comercial de la ciudad de Montevideo, fue el primer
uruguayo ordenado al oficio de Elder en el Sacerdocio de Melquisedec.
A partir del año 1952, la Misión
se enfoca en organizar las presidencias de las Ramas a lo largo del país con
miembros locales. El Mensajero Deseret de febrero de dicho año, expresa:
Caricatura en El Mensajero Deseret de agosto de 1953 |
“Fue sugerido que cuando fuese
posible deberían haber organizaciones de presidencias compuestas de un misionero
y dos hermanos uruguayos (…) Se destacó la necesidad de más participación de los
miembros locales…”
A raíz de estas trasformaciones
en la organización de las Ramas, se hizo obvia la necesidad de capacitación y
consejo. Por medio de visitas de los líderes de la Misión y la revista oficial,
se dedicó mayor espacio al tema del liderazgo a través de caricaturas y
mensajes inspiradores (Ver El Mensajero Deseret de febrero de 1951, p. 21: “Dirigiendo
con éxito”).
Desafíos y oportunidades
Posterior a la Segunda Guerra
Mundial el mundo gozó de un brevísimo tiempo de paz, para luego retomar acciones bélicas
en algunos puntos del globo. Un conflicto que se desató en 1950 y duró hasta 1953
fue la conocida Guerra de Corea. En este triste episodio, Corea del Sur,
apoyada por los Estados Unidos y la Organización de las Naciones Unidas, trabó
lucha contra Corea del Norte, apoyada por la República Popular de China, y la entonces
Unión Soviética.
Uruguay estuvo apartado de ese
conflicto, pero la Misión Uruguaya se vio impactada por el suceso. Una nueva
guerra abría la posibilidad que los misioneros de origen norteamericano fueran
reclutados para servir en el ejército estadounidense, dejando a un lado todo
otro asunto personal.
La citación del Gobierno de los
Estados Unidos no demoró en convocar a sus jóvenes ciudadanos, y la Misión
Uruguaya (como las otras del mundo entero) vio su fuerza misional reducida en altísimos
porcentajes.
No obstante, en marzo de 1952, a
pesar del desafío que este cambio presentaba a una Misión en su infancia, las
autoridades se muestran confiadas y optimistas en la preparación y lealtad de
los varones uruguayos. El Mensajero Deseret expresa de este modo:
“La Misión Uruguaya se encuentra
en un período de transición en el cual mucha de la responsabilidad que hasta
ahora ha estado en las manos de los misioneros va a recaer sobre los hombros
capacitados y preparados de los hermanos uruguayos… Ha sido un gran placer ver
que estos hermanos de seis a dos años de ser miembros de la Iglesia, desempeñan
un trabajo y una responsabilidad francamente no esperada”.
A su vez y como era de esperar,
la Primera Presidencia tomó cartas en el asunto y dispuso que se destinaran
fondos para que los miembros fueran capaces de servir como misioneros locales.
A Uruguay se enviaron los permisos desde Lago Salado y la Misión apartó a
veintinueve misioneros locales: veintiuno en la Capital y ocho en el Interior
(estas cifras incluye a mujeres).
Ante esta nueva oportunidad la
Misión comenta satisfecha que los miembros: “aceptan el desafío que la falta de
misioneros de Estados Unidos les presenta”.
La Misión siguió avanzando con su
energía característica y la impronta que cada líder le imponía con su ejemplo.
Luego de la partida del Pte. Federico S. Williams se recibió al Pte. Lyman S. Shreeve
y familia. Este hermano, procedente de Arizona, descendiente de pioneros,
educador de profesión, talentoso guitarrista, enamorado del Río de la Plata y experimentado
por su doble pasaje misional en Argentina, sería posteriormente calificado por una Autoridad
General como uno de los Presidentes de Misión más dinámicos de la Iglesia en el
mundo en esa época.
En el “Mensajero” de marzo de
1953, el Pte. Lyman S. Shreeve ahonda en el tema de la falta de misioneros por
causa de la guerra, y plantea su visión optimista en cuanto al asunto:
“Si las condiciones mundiales
continúan en su estado presente, es dudoso que recibamos más de un pequeño
número de misioneros de los Estados Unidos. Esto presenta a los miembros de la
Iglesia en las misiones una gran responsabilidad y desafío. Por el hecho de que
estos misioneros ya no pueden llevar el evangelio ¿ha de aminorarse y aún
detenerse el gran progreso hecho hasta la fecha?...”
Asimismo agregaría: “Me gustaría
tomar esta oportunidad para aclarar una idea errónea. Los miembros locales no
han sido colocados en estas posiciones de responsabilidad simplemente por causa
de que tenemos menos misioneros que antes. En algunos casos esto puede haber
apresurado esta acción…”
Una vez familiarizado con su
campo misional, el Pte. Shreeve no dilató la oportunidad de ir un paso más
adelante en el desarrollo del liderazgo local que tanta necesidad tenía la
Iglesia en el país. Así fue que procedió a nombrar a hermanos uruguayos como
Presidentes de Ramas.
A simple vista parece tan solo un
nuevo aspecto en la organización que eventualmente acontecería, no obstante,
presentaba otro desafío que se sumaba al de la falta de misioneros: la
dificultad de los miembros a adaptarse a nuevas estructuras que en la práctica
distaban de las establecidas hasta ese punto. Significaba que el misionero,
hasta ese momento el pilar fundamental de la Rama, consejero y maestro de los
conversos recientes, se dedicara a predicar, y no a liderar. Muchos miembros
sentían disposición a seguir a los misioneros, pero encontraban dificultades en
seguir los consejos de sus poco experimentados y algo desorientados pares
uruguayos. Iba a ser necesario el dedicar varias páginas y visitas paternales a
efectos de aconsejar y fortalecer a los miembros.
En El Mensajero Deseret de marzo
de 1952, el Pte. Lyman S. Shreeve reporta la organización de tres Ramas del
Distrito Capital en Montevideo completamente conformadas con hermanos en lugar
de misioneros y realiza el siguiente consejo:
“Nunca hasta ahora hemos tenido
miembros de la Misión Uruguaya actuando como presidentes de Rama. Reconozco que
este es un cambio algo grande para los miembros de la Misión y solicito la
cooperación de todos en este paso tan importante… Mayormente deseo que los
hermanos… reconozcan que cuando un miembro de su Rama, no misionero, es llamado
a dirigir o presidir sobre la Rama o sobre una organización, merece la misma
confianza y sostén que un misionero.”
Las Presidencias de Ramas en esa
ocasión se organizaron según el siguiente detalle:
(Referencia del orden ocupado en
la Presidencia: Presidente, Primero Consejero, Segundo Consejero y Secretario).
Rama Reducto: Vicente
Rubio (Elder), Juan Avelino Rodríguez (Elder), Rafael Viñas (Presbítero), José
García.
Rama La Comercial: Héctor
P. Ramos (Elder), Mateo Spinelli (Elder), Eliodoro Muñoz (Presbítero), Walter
Canals.
Rama Rodó: Juan Antonio
Magnone (Elder), Agustín Lien (Elder), Bibiano Pedemonte (Elder), Caracé
Piedra.
Los secretarios de las
respectivas Ramas fueron apartados posteriormente, como informa la revista de
la Misión en julio de 1952, donde además el Pte. Lyman S. Shreeve declara:
“Aunque los acontecimientos mundiales interrumpen la venida de misioneros de
los Estados Unidos, los uruguayos aceptarán siempre la responsabilidad de
asegurar el progreso de la Iglesia en su país.”
Otro hecho destacable se registró
en julio de 1952, cuando se informa que en mayo de ese año, se llamó y apartó a
cumplir una misión regular de tiempo completo al primer Elder uruguayo,
Teobaldo R. Crovetto, de la Rama Malvín en Montevideo. Fue enviado al Distrito
Paraguayo, y el Presidente de Misión comentó: “Volverá a nosotros con más
experiencia y listo para ocupar puestos de gran importancia en la Iglesia”.
Por otro lado, la expansión
geográfica y el aumento del número de Ramas, conspiraron en generar que los
líderes de la Misión no frecuentaran cada congregación con la continuidad que
acostumbraban. Eso provocó el comentario de los miembros sobre el asunto y a su
vez, la cálida, fraterna e instructiva respuesta del Pte. Shreeve a través del
“Mensajero” de agosto de 1952:
“Ahora la Misión es más grande. También
queremos que todos los miembros… se den cuenta de la responsabilidad que
tienen. Queremos decirles que llegará el día en que no habrá más misioneros y
todos tendrán que trabajar, y nosotros deseamos darles desde ahora, un poco de
independencia (…) Deben reconocer los miembros que no pierden en absoluto el
contacto con el Presidente. Están bajo la dirección de su presidente de Rama,
este bajo la dirección de su presidente de Distrito y este a su vez, bajo la
dirección del presidente de la Misión…”
Nuevos logros
Los jóvenes varones de la Iglesia
no quedaron ajenos a los sucesos de la Misión. Se hizo hincapié en su bienestar
y sano desarrollo, primordialmente por medio de la organización que los
amparaba y educaba en valores: los Boy Scouts.
En El Mensajero Deseret de marzo
de 1953 se menciona que los Scouts mormones fueron los primeros en el Uruguay
que obtuvieron reconocimiento oficial del gobierno. El honor fue de la Tropa Número
7 de Montevideo, dirigida por el Elder Rulon D. Skinner, y se agrega un
comentario lleno de esperanza: “Así es como se educa a los jóvenes de nuestra
Iglesia, formando los líderes del mañana.”
En relación a los adultos
varones, el 8 de febrero de 1953 se celebra un nuevo paso vinculado al
liderazgo, siendo que se organizó por primera vez en la Misión una Presidencia de
Distrito compuesta por miembros de la Misión en lugar de misioneros. El Distrito Central
de Montevideo tuvo el privilegio y los hermanos apartados fueron los siguientes:
Vicente C. Rubio, Presidente, José D. García, Primer Consejero, Rafael Viñas (nativo de España),
Segundo Consejero, y Federico Aguilera, Secretario.
El año 1953 estuvo marcado por
designación de miembros a posiciones de liderazgo en el ministerio. En el
“Mensajero” de julio se comunica que en toda la Misión ya se habían organizado
nueve presidencias de Rama conformadas en su totalidad por uruguayos. Y en el
número de mayo del mismo año, la revista publica un informe relacionado al
nuevo integrante de la Presidencia de la Misión, el riverense radicado en
Montevideo, Juan A. Magnone, Primer Consejero de la Misión, siendo el primer
miembro local en ocupar tal lugar de dirección de los asuntos de la Iglesia en
Uruguay.
Juan Antonio Magnone |
La Misión en conjunto continuó
superando desafíos y perseverando en cada Rama de la misma. Los hermanos
continuaron aprendiendo y desarrollándose. Las familias se fortalecían en la
fe. Eran todos muy nuevos y las pruebas del ministerio inmensas. Algunas
presidencias integradas por miembros locales con el tiempo se descontinuarían
hasta nuevo aviso. Con la disminución de las guerras los misioneros de origen
norteamericano volvieron y en algunas Ramas retomaron el liderazgo.
Para culminar, como expresara el
Elder B.H. Roberts, miembro del Quórum de los Setenta en su libro sobre
historia de la Iglesia:
“No se asume la postura de que
los hombres de la Nueva Dispensación son infalibles… Poseen un tesoro
celestial, ni más ni menos que la autoridad delegada de Dios para enseñar el
evangelio y administrar sus ordenanzas de salvación a los hijos de los hombres
(…)
Pero si bien los oficiales y
miembros de la Iglesia poseen este «tesoro» espiritual, lo llevan en
recipientes de barro; y esa naturaleza terrenal, con sus limitaciones humanas,
fue claramente manifiesto en muchas ocasiones y de varias maneras, tanto en su
conducta personal como en lo colectivo. De todos modos, más allá de eso (…)
mantuvieron tal relación con Dios que fueron, en ocasiones, inspirados a hablar
y actuar como Dios hubiera hablado y obrado”. (Prefacio de “A Comprehensive History of The
Church of JesusChrist of Latter-Day Saints”- Vol 1).
Comentarios
Publicar un comentario