La Iglesia se estableció en Uruguay por medio
de la fe en Jesucristo. Cada paso realizado por los misioneros y líderes fue un
acto de fe. Y los contados miembros que se congregaron en torno al mensaje del
evangelio restaurado ejercitaron la fe. En muchos casos no fue más que deseo de
creer, mas dejaron que el deseo obrara en ellos hasta que dieron cabida a una
porción de la palabra. Por ese medio recogieron fruto y se realizaron grandes
milagros en sus pequeñas congregaciones.
Sobre los esfuerzos de los misioneros, el
Presidente Frederick S. Williams comentó: “debido a que inicialmente no
hablaban español, tuvieron que ejercer la fe y confiar en el Señor más que de
costumbre, habilitando al espíritu a manifestarse abundantemente.”
Cada Rama de Montevideo y del Interior del país
posee relatos de fe entre sus pioneros. En la mayoría de los casos esas inspiradoras
historias de manifestación del poder de Dios se transmiten oralmente o se
guardan en registros familiares. Generalmente se debe al tenor sagrado de las
experiencias que llevan al testigo de la misma a optar sabiamente por guardar
la vivencia en el ámbito privado, y compartirla únicamente entre sus allegados. Muchas
de esas experiencias sagradas se hacen públicas con el paso del tiempo.
El mismo Presidente Williams fue testigo
presencial del poder de Dios en la ocasión en que los primeros miembros de
Salto se iban a bautizar en el Río Uruguay. Ese día estuvieron
presentes el Presidente y la hermana Williams, los misioneros y los candidatos
a bautismo. Llegaron en dos autos y estacionaron cerca de la orilla del río.
Llovía torrencialmente y Williams fue el único en bajar de los autos para dirigirse al río.
Transcribimos su relato de la experiencia que fue hecha pública
varios años después del hecho.
“A la
orilla del río me quité el sombrero y hablé al Señor. Le conté de la obra de
Sus siervos, y de los problemas que habíamos experimentado para lograr estos
primeros bautismos. Le mencioné que había sido llamado por Su profeta a abrir
la obra de predicación en esta nación, que estos serían los primeros frutos de
los muchos que se recogerían en esta parte de Uruguay, y que las manos de
profetas habían sido impuestas sobre mi cabeza otorgándome la autoridad para
salir adelante. Sentí que lo que estaba a punto de realizar estaba en armonía
con la Sección 61 de Doctrina y Convenios (…)
Sintiéndome sereno y con confianza, en el
nombre del Señor Jesucristo, y por la autoridad del Santo Sacerdocio de
Melquisedec que poseía, reprendí el mal tiempo y mandé a la lluvia detenerse
hasta que los bautismos se hubieran realizado…
Nunca en toda mi vida sentí tan dulce y humilde
espíritu dentro de mí… Cuatro Presidentes de la Iglesia han puestos sus manos
sobre mi cabeza… y he sentido el Espíritu del Señor en esos momentos, pero
nunca al mismo grado que bajo esta tormenta… Sentí que todo estaba bien y que
nada podía detener que la obra del Señor siguiera adelante…
Cuando regresé a los autos, la lluvia había
parado. Las mujeres candidatas al bautismo se vistieron detrás de frazadas que
sus amigas sostenían, mientras que los Elderes hicieron lo mismo a una
distancia. Realizamos seis bautismos ese día, y, luego de que los participantes
se cambiaron la ropa, regresamos a los autos. La lluvia comenzó nuevamente casi
de forma inmediata. La tormenta no cesó hasta que volvimos a Montevideo dos
días después.”[i]
Felizmente, en algunos registros
locales de las Ramas se guardaron relatos de fe, especialmente los relacionados
a la bendición de los enfermos. Uno de los ejemplos que presentaremos se llevó
a cabo en la Rama Durazno. En las páginas de su registro se aprecia el
compromiso y convicción de los misioneros, que detallada y diligentemente
procuraron guardar los acontecimientos tanto cotidianos como sobresalientes.
Transcribimos palabras de ese
registro: “Varios hechos
relacionados a manifestaciones
Celestiales continúan ocurriendo entre nosotros, los cuatro misioneros.
Hemos experimentado maravillosas manifestaciones del sacerdocio cuando hemos
implorado ese divino poder mediante la imposición de manos en favor de los
enfermos. Ha habido algunos que nos han buscado en esta ciudad – completos
extraños para nosotros- porque han oído que los mormones tienen gran poder en
sus manos. Hemos tenido que ser muy
prudentes en el uso de estos poderes. Sin embargo, continúa sucediendo.”[ii]
Un hecho similar aconteció en Santa
Lucía entre los primeros miembros. Lo destacado de este ejemplo es que no sólo
sucedió entre misioneros y algunos benefactores puntuales de la bendición, sino
que, además de esos testigos, todos los integrantes de la Rama participaron de una u otra forma. Eran alrededor de veinte miembros en 1950,
y todos juntos celebraron gozosos de los milagros efectuados. La hermana María Elena
Pérez, que se desempeñó como la primera secretaria del registro histórico de la Rama, observa al
cierre de una reunión de testimonio temprana en la vida de los creyentes:
“Testimonios dados por los misioneros y
miembros de la Rama, que fueron fuertes y buenos, en los cuales se observaron
grandes verdades aprendidas del evangelio restaurado, y hermosas gracias, del
don de sanidad, recibidas del Padre Celestial, por medio del sacerdocio de Su
Iglesia verdadera.”[iii]
Es posible que esa referencia al “don de sanidad”
hiciera mención a un hecho registrado en el que una de los primeros miembros
aceptó el bautismo luego de presenciar la sanación de un enfermo gracias a la
bendición efectuada por los misioneros.
Como estos hubo muchos otros milagros en los
primeros años de la Misión Uruguaya, y es un placer poder recordarlos, “… ¿no
son maravillosas a nuestros ojos las cosas que Dios ha hecho?...” (Mormón 9:16).
Asimismo, debe servir de motivación para que tomemos con mayor seriedad el
consejo de registrar nuestras experiencias personales o familiares, de modo de
beneficiar a las generaciones futuras.
Santiago Carbajal
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