Por Santiago Carbajal
F. S. Williams y su esposa Corraine. Cortesía de Walter Lalinde (Cerro Largo) |
Las anécdotas de los pioneros son muy
edificantes, pero en el caso de la figura de este Presidente de Misión, son las
lecturas sobre su formidable labor por el bien de los Santos de los Últimos
Días de habla hispana, las que nos pueden otorgar un conocimiento más amplio sobre
su personalidad y el lugar que este hermano ocupa en la historia espiritual de
nuestros pueblos.
En ese sentido, contamos con gran
cantidad de discursos y mensajes escritos que registran su anhelo de transmitir
a los miembros que lo rodeaban, que por lo general eran conversos recientes, una
visión elevada de su deber, y presentar la variedad de oportunidades que
poseían como discípulos del Señor.
Lo que más ha llamado mi atención
sobre su desempeño, es la capacidad que tuvo de acercarse a gente de las más
variadas condiciones y trayectos de vida. Con la experiencia y conocimiento obtenido como
joven misionero en Argentina y luego como Presidente de Misión en esa nación, además de su estadía por razones laborales en otros países sudamericanos años más tarde, fue capaz de estrechar relaciones de confianza
con importantes representantes políticos del momento[i],
así como con el vecino de un medio apartado de la ciudad como puede haber sido
Isla Patrulla en la década del cincuenta. Todo lo aprendido durante años al
servicio del Señor y su familia, fue generosamente volcado nuevamente ante un
nuevo llamamiento misional.
Es evidente que la bendición recibida
de manos de los Consejeros de la Primera Presidencia de la Iglesia cuando lo
apartaron como el primer Presidente de la Misión Uruguaya (que pocos años más tarde incluyó a Paraguay) se vio reflejada en
ese aspecto.
En esa oportunidad, el Presidente J.
Reuben Clark Jr. le impuso las manos y oró diciendo: “Nuestro Padre Celestial,
oramos para que esté disponible para el Hermano Williams todo lo que ha
aprendido –el lenguaje, los modos y las costumbres (…) Trae todas esas cosas a
su memoria para que puedan serle útiles en la prédica del evangelio”[ii]. También se lo bendice con “caridad hacia la
gente, sus creencias”, y con “espíritu paternal hacia las personas y los
Élderes”[iii].
Durante su servicio al frente de la
Misión él observa y aprende de la cultura local como el que planea quedarse y
no se siente de paso; comparte sus observaciones con frescura, motivado,
enamorado de lo que ve, convencido de lo que se puede lograr y entusiasmando a
todos.
Por escrito se expresa como habla; lo
hace a través de un correcto castellano al que por utilidad cada tanto introduce
variantes de la lengua desprovistas de formalidad, no la nota vulgar o la frase
ociosa, sino la letra amistosa y sentida del que ama su tierra y a quienes la
habitan.
Bastará con señalar algunas líneas elocuentes
que encontramos en los escritos que nos legó, para ilustrar su carácter y
conocimiento de las personas, la lengua y los modos de su tierra.
Frederick Williams entre hermanos de la Iglesia se llamaba a sí mismo Federico.
En junio no se olvida de homenajear a
José Gervasio Artigas como Jefe de los Orientales, en ocasiones cita a Juan
Zorrilla de San Martín, y a la República Oriental del Uruguay la denominaba “Banda
Oriental”[iv];
siempre con una especie de afán por participar y disfrutar de las raíces
históricas, sociales –y por qué no espirituales- de la gente con la que se
relacionaba. Creo yo, que a través de ese mensaje familiar procuraba comunicar
que las verdades del Evangelio que predicaba, quizás foráneas a primera vista,
realmente no presentaban oposición a las tradiciones y costumbres más sanas del
pueblo, y que el aceptar los preceptos de la “nueva” Iglesia no implicaba
despojarse de su nacionalidad e identidad.
Vemos que en sus escritos se destacan
las frases coloridas, refranes y términos propios de estos lares, como cuando
al ver alegre el progreso de la Misión expresa que “todo marcha viento en popa”[v].
Los sucesos significativos para sus amigos no quedan inadvertidos, como cuando no dejó pasar el mes de julio de 1950 sin
dedicarle unos renglones al Maracanazo: “El día 16 fue un día inolvidable
(…) Su “once” ganó el campeonato mundial
de fútbol en Río de Janeiro, ganando al cuadro brasileño 2 a 1. Se festejó el
triunfo toda aquella noche, el día siguiente y el 18 de julio, día patrio (…)
Como dice el refrán: Pasó lo que tenía que pasar”[vi].
Como aún hoy se dice, al finalizar el
invierno anuncia: “Si no se muere en
agosto se vive otro año”[vii].
Al lugar de procedencia le llama “el
pago”[viii],
y después de unos días encantadores de visita en Asunción del Paraguay indica
que los pasó de “farra”[ix].
Al individuo constante y confiable lo
caracteriza como a alguien que “no deja a nadie plantado”[x].
En su búsqueda de casa para
establecer misioneros en Paraguay, señala que sufrió “repetidos chascos”, pero
con su visión positiva informa “pasamos días muy interesantes y llenos de
actividad (si no se tiene en cuenta la hora de la siesta)...”[xi].
En abril de 1951 se reporta que el
Pte. Williams fue visto en Isla Patrulla, la Rama rural de Uruguay en el
Departamento de Treinta y Tres, vistiendo bombachas a lo gaucho durante un
bautismo como todos los presentes, y quien dirigía la música durante la reunión
usaba espuelas en sus botas. Quien escribe agrega: “Esto puede sonar extraño,
pero esta forma de vestirse es la costumbre aceptada de la gente de campo en
esta tierra”. Federico Williams disfrutó siempre del lugar en que servía.
Sobre el nacimiento de su hija en Uruguay comenta: “Poco a poco vamos completando la ‘serie continental’. Con
dos norteamericanas, dos argentinos y una uruguaya, deja de ser familia y se
convierte en ‘barra’. Para completar la ‘ensalada rusa’ yo nací en México…”[xii].
A las personas les enseña en términos
tan claros que para sugerir que las buenas obras conducen al Cielo, expresa que
en tal lugar “no hay palanca que valga”, no hay “cuña”, ni “muñeca” que faciliten nuestro acceso por
simple amiguismo o recomendación de un conocido[xiii].
Cualquier hecho le es oportuno para
enseñar, un momento especial le recuerda un relato folclórico y de ello se
desprende una lección importante. En esa línea, reflexionando sobre un bautismo
“a orillas del hermoso Río Negro” escribe: “La tarde estuvo espléndida, la
escena encantadora. Los indígenas atribuían cualidades curativas a las aguas
del “Hum”. En esta ocasión se puso a prueba. Mediante el bautismo Dios sana los
corazones quebrantados de las personas y les cura las llagas de dolor de sus
almas…”[xiv].
Memorioso de su pasado, desde Uruguay
cruzó de visita a Argentina el mismo día que veintidós años antes lo había
hecho como misionero, y con humor expresa “se ha tomado mucho mate en Argentina
durante estos veintidós años”.
Sus adjetivos hacia aquellos con
quienes se relaciona son siempre positivos, caracterizando al paraguayo como un
pueblo “simpático”, “que ha tenido repetidas oportunidades de mostrar su
verdadera luz de abnegado heroísmo, dispuesto a sufrir cualquier contratiempo
si lo cree en bien de su patria. Es un pueblo que canta, un pueblo que ríe; es
un pueblo que tiene un brillante porvenir”[xv].
El siguiente fragmento, con la
sencillez característica de su prosa, es para mí de lo más simpático y sensible
que escribió para describir el agrado de servir entre gente que amaba: “En el
Departamento de Treinta y Tres, pasamos un día inolvidable en el campo de los
hermanos Rovira, cerca de Isla Patrulla (un chiste de aquellas regiones cuenta
que la Isla es como la tuberculosis: no tiene ‘cura’). El hermano Etelvino
Rovira preparó un asado que era para chuparse los dedos. Cazamos mulitas a
caballo, y gracias a Agapito, volvimos a casa con dos. La hermana Hoz las
cocinó (…) En la sombra de un árbol hicimos una reunión y luego en el arroyo dos
bautismos. Fue un lugar muy hermoso, una verdadera capilla del Señor bajo el
pabellón azul, donde reinaba la paz, tranquilidad, y fraternidad de hermanos”[xvi].
Esta actitud de parte del hermano
Williams no es una simple pose con el fin de ganar adeptos a la Misión, sino
que es un modo ya incorporado de vincularse con los demás, que desarrolló a
través de años de servicio desinteresado, una porción de sacrificio y esfuerzos
sinceros.
Aproximadamente unos cuarenta años
más tarde, en el libro que escribió junto a su hijo Fredercik G. Williams
relacionado al establecimiento de la Iglesia en Sudamérica, deja bien en claro
que su prioridad no era el aumentar el número de seguidores. Dice así: “No nos
concentramos en bautismos; no obstante, enseñábamos español a los élderes, le
enseñábamos a los investigadores los principios del Evangelio, y establecíamos
las bases por todos el país. Sabíamos que los bautismos seguirían…”[xvii].
Por último, deseo añadir una de las
acciones más importantes de la vida y obra del Pte. Williams, motivo de gratitud
de parte de la generación pasada, actual y las venideras de la Iglesia en Uruguay,
Paraguay y el resto del continente.
En 1946, siendo Argentina y Brasil
los únicos países del sur donde la Iglesia estaba establecida, Frederick Williams
junto a un pequeño grupo de ex misioneros norteamericanos que sirvieron en
Argentina, se reunieron en Utah para charlar de sus experiencias misionales y al
“reafirmar nuestro compromiso de amor hacia la gente, comenzamos a preguntarnos
la razón por la cual la Iglesia no se expandía a nuevos países sudamericanos
(…) Luego de conversarlo llegamos a la conclusión de que debíamos hacer algo al
respecto, ya que nadie estaba en mejor posición de acercar el tema a los Hermanos”.
Luego de fijar una cita con el Presidente de la Iglesia, George Albert Smith, y
su Consejero David O. McKay, parte del grupo presentó la inquietud con el
hermano Williams como vocero. Despúes de realizados los comentarios pertinentes, el Presidente
Smith solicitó que se pudiera presentar un plan por escrito detallando las
ideas planteadas. De esa manera, Frederick Williams quedó comprometido a
preparar un plan con información y sugerencias sobre los países
latinoamericanos que a su parecer estaban más preparados para recibir misioneros
y el Evangelio[xviii].
Más tarde comentó: “Uruguay encabezaba la
lista, seguido por Perú, Chile, Paraguay, Ecuador, Colombia y Bolivia”[xix].
En 1947 el hermano Williams recibe
una llamada telefónica de parte del Presidente McKay que dice: “¿Recuerda usted
la recomendación que hizo de abrir una misión en Uruguay? (…) ¿Qué le parece ir
allá y abrirla usted mismo?”.[xx]
En 1951 en Montevideo, con tan solo
treinta y nueve años de edad fue relevado como Presidente de la próspera Misión
Uruguaya. El Pte. David O. McKay le había dicho al apartarlo: “No importa
cuántos Presidentes presidan sobre la misión, usted siempre va a ser conocido
como el Padre de la Misión Uruguaya”[xxi].
[i] Williams, S. Frederick y Williams,
Frederick G., From Acorn to Oak Tree.
California: Et Cetera Graphics, 1987, p. 210.
[ii] Ídem, p. 206.
[iii] Ídem.
[iv] Williams, S. Frederick. Mensajero Deseret. Buenos Aires N°9 – Setiembre
1950, p. 22.
[v] Ídem.,
N°3 – Marzo 1950, p. 22.
[vi] Ídem.,
N°9 – Setiembre 1950, p. 22.
[vii] Ídem.,
N°10 – Octubre 1950, p. 22.
[viii]
Ídem., N°4 – Abril 1949, p. 7.
[ix] Ídem.,
p. 29.
[x] Ídem.,
N°11 – Noviembre 1950, p. 23.
[xi] Ídem.,
N°3 – Marzo 1950.
[xii] Ídem.,
N°3 – Marzo 1949, p. 23.
[xiii]
Ídem., N°4 – Abril 1949, p. 27.
[xiv] Ídem., N°7 – Julio 1949, p. 21.
[xv] Ídem. N°1 – Enero 1950.
[xvi] Ídem., N°5 – Mayo, p. 23.
[xvii] Williams, S. Frederick y Williams
Frederick G., From Acorn to Oak Tree.
California: Et Cetera Graphics, 1987, p. 252.
[xviii]
Ídem., pp. 201 – 202.
[xix] Ídem.,
p. 203.
[xx] Ídem.
[xxi] Ídem.,
p. 278.
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